viernes, 11 de julio de 2014

Historia de una escritora

   Ella quería escribir. Las palabras le palpitaban en el corazón, su alma se sentía hecha de poesía, de sus manos nacían flores y las raíces de sus pies comenzaban a despegarse del piso para alcanzar el vuelo. Habían letras bailarinas que dibujaban piruetas en su aliento, tipos de todos los estilos se conjugaban en una gran historia. Ella quería escribir. Quería escribir sobre sus orígenes, sobre su pasado. Le obsesionaba la idea de que el pasado era un consuelo, era entendimiento. En momentos oscuros y débiles pensaba que entender el pasado era igual a ser amo del tiempo, como un secreto avaro que lo acercaba a la obra de Dios.

   Era un consuelo escribir y que la anchura del alma quedara plasmada en unas cuantas líneas densas de colorido. Cuando escribía, hervía su sangre de lo viva que se sentía. Era una pasión violenta y luego... la paz. Cuando escribía no era ella misma, su semblante se transformaba en otro ser, un ser mitológico que miraba todo desde las alturas. Las historias eran remolinos en su cabeza y a medida que sus manos escribían se materializaban personajes febriles, vivos, latentes e intensos. Si un personaje cantaba, cantaba con todo su ser, si odiaba, odiaba desde lo más profundo de su alma, si amaba, no le alcanzaba la vida de tanto amar. Así eran... vivían en su cabeza y en sus páginas, vivían con la certeza de ser una invención hecha con la misma sangre de esta escritora.

   Ella abrazaba sus historias como si de ello dependiera su vida, respirando las letras exhalando oraciones. Amaba escribir. Escribir era su gran amor, sus sentimientos más íntimos se desplegaban en aquellas páginas doradas, plateadas... azules. Con esas historia lloraba, sentía, amaba, extrañaba... vivía. En una oración un poema, y en un canto la alegría. Ella escribía y recordaba, descubría, se consolaba. Ella escribía y así era eterna y así sería infinita y así sería por todos amada.