viernes, 19 de abril de 2013

La vida no es un libro... o si?

   Mi vida está directamente ligada a la lectura. A los 5 años, mi abuelo militar Maestre Mayor de la Armada me leía nada más y nada menos que Charles Dikens; tengo las imágenes y enseñanzas de los tres fantasma de navidad tan vividas en la memoria que de haber resultado tacaña, seguro soñaba con ellos en noche buena. Mi mamá me leía los escritos de célebres poetas latinoamericanos, mientras que mis abuelas me cantaban historias de amor hechas boleros. Tengo la gran herencia de la palabra a mi haber. 

   A los 12 ya estaba leyendo Mujercitas, Hombrecitos y Piedra de mar... me encantaban una serie de libros juveniles ingleses llamados El club de los siete secretos, algo así como la Pandillita que pasaban en blanco y negro en la TV, pero hecho novelas super interesantísimas para jóvenes adolescentes. Mi imaginación bullía de personajes, mundos y escenarios, que siempre tuve la facilidad de abstraerme y viajar a donde yo quisiera. Luego hacia los 15, leí mucha literatura fantástica, la más importante por supuesto, la trilogía del Señor de los Anillos, El Hobbit y el Silmarilion. Recuerdo que iba en el metro de Caracas con el corazón el boca y en voz alta diciendo: Corre Frodo!! Corre!! te persigue un Nazgul alado!!!... soñaba con Lothlórien, con elfos y enanos... me maravillada la idea de que hubiera algo más que vida en los elementos de la naturaleza. Cuando leí el primero de saga Harry Potter, el Tren Howarts vino a buscarme en sueños a la puerta de mi casa, y creo que hasta caí de la cama del susto!!.  

   Hacia los 20, ya había leído Doña Bárbara, y Crónica de una muerte anunciada, entonces dejé la fantasía atrás, y me enamoré de lo latinoamericano. Comencé a coleccionar clásicos en serio, pensaba "no me alcanza la vida para todo lo que me falta por leer"... era un meta leer toda la obra de Gallegos y García Marquez, trabajaba y estudiaba y el dinero que me sobraba, lo gastaba en libros. Era como un hambre por la lectura... leía en la cola, en la camioneta, en el metro, antes de dormir... recuerdo que cuando leí El Amor en los tiempos del cólera, me encontraba en una relación que peligraba con acabar pronto. Me aferré a ese libro y sentía que si Florentino Ariza podía esperar  53 años, 7 meses y 22 días, por Fermina Daza, yo tendría la fuerza suficiente para resolver mi conflicto sentimental. 

   Yo no diría que he leído muchísimo, pero sí lo suficiente. Autores de las más diversas nacionalidades como chilenos, colombianos, brasileños, portugueses, mexicanos, norteamericanos, españoles, franceses, turcos, cubanos, ingles, indios y hasta chinos... no me gusta leer por modas, sino más bien, al ritmo de las circunstancias de mi vida. Con Los miserables, encontré a Dios, y con El libro de la selva, cerré todos los capítulos de mi niñez. Me gusta pensar que el libro me acompaña, me espera siempre en la misma página que lo dejé, es un fiel amigo al que acudo en las buenas y en las malas... quizás la vida no es un libro, pero sí el punto de referencia en las diferentes etapas de mi existencia.

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